miércoles, 19 de mayo de 2010

Vivir en jaula, morir jugando

La verdad que después de todo un día de jaleo lo que tengo es pena.
Pena de que sólo te preocupes por causar terror, bloqueo, ofuscación, apatía.

Qué triste debe ser sentirse tan pequeño, tan vulnerable y tan solo.
Qué pena que no puedas ver el mundo desde la calle, desde donde lo vemos nosotros.
Todo lo ves desde tu balcón, desde tu posición, que tú crees elevada y privilegiada pero no deja de ser rastrera.
La mayoría de los niños jugamos en la calle, libres, pobres y felices.
Mientras tú disfrutas de tus riquezas en tu jaula, detrás del cristal, desde tu balcón: ¡te sientes tan poderoso!
Nosotros somos más, tenemos las rodillas sucias y con heridas, pero siempre volvemos a levantarnos juntos.
No quiero ni pensar cuánto puede doler tu caida desde tan arriba, sin ilusión, sin emoción, sin compañía, sin nadie que te tienda una mano, que se preocupe de cómo estás.
Ya todos se habrán ido, habrán salido por esa puerta que tanto nombraste, por la que querías salir a hombros y por la que quizá te arrepientas de haber entrado.
Estar al otro lado puede ser muy duro y más si se te olvida que alguna vez también fuiste un niño y también jugaste al otro lado del cristal, que aunque transparente crece impenetrable al son de tus dictados.
Aunque te dediques a matar las ilusiones de los niños, ellos seguirán en la calle viviendo con pasión su propia vida.


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